EL NACIMIENTO
DE UNA TABERNA

Érase una vez un gordito —ya no tanto—
y el otro era un flaco —ya no tanto—.
Digamos que de tanto en tanto,
se fueron igualando.

Como la canción del Alianza Lima,
primero buenos amigos,
después a darle al balón.
Pero este par le dio a la paila,
y luego a los motores y al fogón.

Compañeros de carpeta
en el colegio fueron promoción:
uno puro jalados y el otro chancón.

Ya de adultos les vino un gusto compartido
por los autos clásicos con motores de rugido.
Al gordo le gustó el Charger
y al que fuera flaco, cualquier auto viejo,
¡aun así cuando no ande!

El uno como buen italiano,
amante de la buena mesa y el pisco peruano.
El otro como a buen palestino,
todo con aceite de olivo y una buena copa de vino.

De tal amistad y en busca de repuestos,
hicieron de La Victoria su lugar de encuentros.
Acá estaban los talleres, los fierros y el criollismo.
Faltaba una taberna,
¡que ya estuvo bueno de automovilismo!

Para empezar de nuevo esta historia
escogieron otra vez a La Victoria.
Se dieron la mano, viejos hermanos,
Y de esta manera, nació El Victoriano, Taberna de La Victoria.

Llamaron a familiares y amigos,
y así empezó la jarana.
¡Que nadie se quede con ganas!
Provecho y servidos.

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